jueves, octubre 26, 2006

¿Todos iguales?


Todos en esta vida tenemos una debilidad. Para Aquiles era su talón, para George Michael la marihuana y para Paris Hilton los herederos griegos. Debo confesar, que mi adicción es a la novedad, no puedo estar tranquilo si no he ido al más nuevo restaurante, si no he conocido la última tienda abierta en la ciudad y si no he usado los más nuevos gadgets en el mercado.

Esta semana, mi espíritu de experimentación y de novedoso fue puesto en prueba, cuando por un surfeo semanal en los blogs de mi interés, descubrí un post sobre unos panes maravillosos de Farmacias Guadalajara, que lejos de parecer la reseña de un simple pan, parecía que la autora del post y los comentaristas hablaban de la piedra filosofal, ya que describían que su textura, su color, su sabor y hasta su precio eran más quiméricos que un Pegaso o que una Niurka mojigata.

Ni tardo ni perezoso me lancé velozmente a la sucursal de Gomez Morín de dichas droguerías, para percatarme que yendo en contra de toda lógica, en medio de la Farmacia estaba ubicado un hornito de pan lleno de roles de canela, pero para mi sorpresa todas las repisas de panes listos estaban vacías, por lo que cuestioné a una simpática vendedora (una versión de Tía Rosa que se quedó mucho tiempo en el horno, por lo tostada y lo esponjosita) sobre en cuanto tiempo saldría la nueva remesa de panificados. La panadera en cuestión, luego de profesionalmente consultar el reloj de su hornito me informó que 10 minutos.

Debo comentar que fueron los 10 minutos más largos y angustiantes de mi vida, ya que a cada minuto que pasaba, una señora encopetada más llegaba a la Farmacia, a armarse cual Amazona con charola y pinzas para pan y a pararse para hacer bulto junto al hornito. Cuando ya faltaban solo dos minutos para la salida del pan, se divisaba a más de una docena de señoras San Petrinas, ataviadas todas con divinas bolsas Fendi, LV, Gucci y una que otra Coach, pero todas, independientemente de su gusto para la peletería de diseñador, se relamían los labios (de la boca) al incrementarse el olor a pan recién horneado en la Farmacia.

Cual jauría de lobos, todas estaban dispuestas a morir con tal de adquirir los mentados roles en preparación, y fue así, cuando la campanita del Horno sonó, la pobre versión outlet de Tia Rosa, se armó de valor, irrumpió en la multitud para sacar los panes y aventarlos, literalmente, a una mesita auxiliar, donde todas las señoras, incluido yo, nos lanzamos sin importar codazos y empujones, para atrapar alguna codiciada pieza de pan, las cuales duraron menos de un minuto en ser capturadas en su totalidad por las hambrientas compradoras y su novedoso servidor.

Al estar en la fila para pagar, y recuperar la cordura y las buenas costumbres, no pude evitar reírme de mi mismo y de mis compañeras de compras, ya que por más glamour que creamos tener, y aún con lo refinado que en teoría somos por el manual de Carreño que nos tatuaron en la mente, en el fondo seguimos teniendo los mismos comportamientos que tienen nuestros compatriotas en cualquier mercado de abasto. Fue entonces cuando me cayó el veinte de que aún cuando la segmentación social en nuestro país está sumamente marcada, gracias a Dios en el fondo todos somos exactamente iguales, y se observa en costumbres tales como:
  • No sabemos decir que no: El mexicano tiene como prioridad en la vida, agradar a los demás, y es así como sin darnos cuenta, decimos que si a todas las exigencias de nuestros tiranos jefes tipo Miranda Priestley. El problema es que muchas veces, al no saber negarnos a ninguna de las peticiones de nuestros jefes, familiares y amigos, nos comprometemos a muchas cosas que no seremos capaces de hacer o las haremos a destiempo, y es así como a la larga quedamos como incumplidos, impuntuales o desordenados ya que tenemos una agenda que ni que un híbrido de Batman, Flash y la SuperMana podría cumplir al 100.
  • Somos Malinchistas: En muchas ocasiones nos burlamos que en los sectores humildes de nuestro país, abundan los nombres agringados como Britney y Brandon, ya que se nos hace gracioso como la gente mientras más apellidos y origen Maya o Tarahumara tenga, quiere bautizar a sus hijos con nombres más angosajones. Pero es necesario darnos cuenta, que ese malinchismo también está presente en las clases medias y las más privilegiadas, ya que lejos de aspirar a comprar ropa de maquila y diseño mexicano, preferimos las marcas americanas, al igual que para la comida, productos de limpieza personal y de hecho, casi todo lo que nos rodea: Dios y el capitalismo bendiga a Burger King, Abercrombie y a Biotherm!.
  • Somos quejumbrosos: No se si sea por una patología heredada por nuestros conquistados antepasados, pero lo cierto es que el mexicano siempre se está quejando, ya sea del exceso de frio, o del exceso de calor, de los torrentes de lluvia o la carencia de la misma. Somos un pueblo que agraciado por sus ecosistemas tiene pocos inconvenientes ( léase pobres esquimales o árabes) y aun así siempre sacamos de que quejarnos. Este comportamiento se traslada también a nuestros centros de trabajo, donde oímos más veces la frase “Tengo chorros de jale” que un “Buenos días” o un “¿Cómo estás?.
  • Somos ingeniosos: Es fascinante observar como todo funciona en nuestro país, aún con las carencias, burocracias gubernamentales y atrasos tecnológicos. Y es que el Mexicano, en su eterno enfrentarse a la adversidad ha aprendido a hacer “diablitos” de todo, y a usar su ingenio para improvisar, optimizar y ahorrar. El problema es que algunas veces usamos este ingenio para algunas cosas no tan buenas y acabamos colgándonos del cable, de la energía eléctrica o aprovechándonos de los huecos de la ley para hacer nuestra santa voluntad, tal como Martha Sahagún desbancando a un país para vestirse al último grito de la moda, o en su caso, mini-gritito.

Es así como con solo pensar un poco, me doy cuenta que así como la materia, la mexicaneidad no se crea, ni se destruye ni mucho menos pierde su esencia.

Creo que como herederos de una cultura milenaria, tenemos la obligación no solo de portar con orgullo nuestra ascendencia, sino transmitirla a las generaciones venideras. Cada vez es más común que nuestras hermosas tradiciones como el Día de Muertos, sean suplidas día a día con calabazas, disfraces de Morticia Adams o de Changoleón y niños gritando Dulce o Treta.

En un mundo como el que nos toca vivir, globalizado en un 100%, es imposible aislarse y pretender evitar el permeo de las usanzas de otros países a nuestro diario vivir, pero lo que si podemos hacer, es mantener un equilibrio entre lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos, ya que la única forma de avanzar es aprendiendo del pasado, para no tropezarnos en el presente y planear la mejor ruta para el futuro.